La moral

Obra de Benito Moreno

En una mansión rural inglesa estaba invitado el ministro de Economía, y movieron los hilos para que se lavara los dientes con un cepillo aún precintado, y que habían untado antes con una sustancia de difícil rastreo.

El tipo murió enseguida y fue sustituido por otro político más convencional, que descartó la iniciativa de su predecesor de grabar a las grandes fortunas, que flotaban en unas aguas revueltas porque todo lo demás estaba sumergido en la crisis.

Yo soy más bien liberal, y como me dedico a lo que me dedico apenas tributo. Lo que me interesó como eliminaron al prócer.

La historia de los venenos es curiosísima, y sobre todo en el Renacimiento europeo se practicó sin miramientos. He leído (leído, leído, leído) que Stalin tenía un armarito lleno de venenos en el despacho, y que se sirvió de ellos para eliminar al enigma y para neutralizar a Trostzky. No sé. Se ha dicho tanto sobre lo malvado que era ese ser de ojos amarillentos que atribuirle una maldad más o una maldad menos no añade apenas nada a su horroroso historial.

Mi amigo Carlos organizaba partidas de Póker, y aunque a pesar de todo perdía, estaba de acuerdo con el dependiente de la tienda en que compraba las barajas, barajas que previamente habían marcado.

Cuando estuve en España conocí a un profesor que me contó interesantes anécdotas y comentó conmigo que muchas muertes de los siglos XV y XVI fueron provocadas por los enemigos del caído. Para él, por supuesto, Felipe el Hermoso había sido envenenado, y el hermano de la futura Reina Isabel murió de manera más que insospechable…

El bueno de Lenin, ese predicador que postulaba muertes violentas para todos los enemigos, rivales, opositores… escribió que el atentado personal (procedimiento preferido por los anarquistas) era un error, que solo lo que llamó política de masas, era algo acertado. Lo escribió pero qué pensaba él en realidad. De hecho, los magnicidas lograron nutrida cosecha. Mataron incluso al Zar, y eliminaron violentamente a los más hábiles políticos del Régimen. (En España a la que me voy cuando a mí me aprietan) mataron a Primeros Ministros, precisamente aquellos que podían reformar y robustecer al Estado. Algún policía, en alguna sobremesa, le oí contar que tienen listas de mujeres que quizás asesinarán a sus maridos impunemente, sin huellas, pero no quiero dejar constancia aquí de cómo suelen hacerlo.

Hitler, por su parte, vivió aterrorizado temiendo, con razón que podían echarlo de este mundo en cualquier momento, y otro genocida (pero no tanto) el emperador Napoleón solo se fiaba de su espada…Se afeitaba personalmente y su servidor, hombre de absoluta confianza, le orientaba con un espejo de mano. Siempre me chocó ese detalle, pues no es estrictamente necesaria esa ayuda, pero al que llaman Gran Corso, quizá, más que mandar, le gusta ser servido. Quemaba los trozos de uña, los cabellos, todo lo corporal que pudieran someter a hechizos, creía en la brujería que se practica en el mediterráneo, tenía pavor a que un gato negro se cruzara en su camino y compensaba todo aquello con el convencimiento de que estaba protegido por su buena estrella, la misma que, tras la derrota en Rusia, consideró que lo había abandonado…

La traición, la trampa, la mentira, tienen mala reputación. La iglesia los convirtió en pecado, pero los eclesiásticos, no pueden arrojar precisamente la primera piedra.

La moral es como la depresión, hay que poder permitírsela… Está cerca de la ingenuidad, es propia de gente que no han tenido que medirse la lucha por la vida, de ahí que yo admire a los que, a pesar de estar tan extendida la caballería, se mantienen buenos y honrados cuando lo verdaderamente provechoso es ser hipócrita hijo de puta.

Otro día seguiré con todo esto, ahora voy a cobrar una deuda;  vendrán conmigo Sammi El Chulo y el torpón de Roger: mi gente.