En su bufete, trabajaban cinco personas contándole a él. Seguía con temas jurídicos, pero había ido derivando hacia la investigación. Su negocio, en buena parte, era ahora la de un detective privado, y le daba dinero y disgustos.
Pensaba retirarse lo antes posible, cuando pagara la última hipoteca, y ahora le venía ese exigiendo, amenazando casi, con un fajo de billetes en un puño, y casi con una daga en el otro.
“Ven María”, dijo al intercomunicador.
– Te voy a dictar algo absolutamente confidencial: “Señor comisario: si algo me ocurriera sepa que estoy investigando un caso para Roberto de la Iglesia Pérez, acomodado terrateniente y constructor. Me ha encargado que sustraiga de la consulta del psicopsiquiatra Doctor Martínez Llorens los historiales de su familia (mujer e hija mayor) ya fallecidas.
– Podía haberlo escrito yo, pero tú eres mi otro yo, preciosidad, ponte siempre esos pantalones.
– Anda ya Jerónimo ¿Eres mi jefe o quieres ser mi maromo? Porque las dos cosas a la vez no las admito.
– No te pongas así. Ese Don Roberto…
– Lo he visto, uno guapo y gordo.
– Lo que es creo un maltratador y un asesino. Tengo los expedientes médicos de mujeres de su familia a las que ha eliminado.
– ¿Y qué vas a hacer?
– Como comprenderás el allanamiento fue amplio, mangué lo más valioso y potable, y tuve la sangre fría de fotocopiar los expedientes.
– Ya le echaste huevos.
– Era mejor así. No hay vecinos.
– ¿Ha ido a la policía ese batablanca?
– No puede. Está sujeto al secreto médico, y sobretodo, chantajea a ese Roberto, le ha dado un ultimátum, de ahí las prisas.
– ¿Y qué haremos?
– Sacarle dinero a los dos. A uno por asesino, y a otro por cómplice…y después matarlos, en mi vida no quiero volver a dejar cabos sueltos.
Los inspectores Aguado y Felipe Sánchez Sanabria estaban en su oficina, disponían como en las películas, de una pizarra.
– Mira Aguado. Incendio en la consulta de un psiquiatra, tiro en la cabeza al potentado y muerte en extrañas circunstancias a ese Vidal, Vidal el Escurridizo.
– ¿Por qué los mezclas?
– Porque la secretaria del abogado, una tal María Cristina, tiene todas las bazas para el premio… eso por una parte, por otra, ha reconocido a Vidal el chofer del potentado, cuya familiar era, como comprábamos ayer, cliente del doctor.
– Bueno, Poirot, si están relacionados es por dinero y algo muy sucio.
María está en la cárcel, ha ido a verla su abogada.
– Cuéntamelo sin reservas. Te vas a quedar aquí mucho tiempo, y si confías de verdad en mí, tal vez, remotamente, conseguiremos algo.
– Bien. Es todo muy peliculero.
– ¿Cómo fue?
– Vidal, no sé cómo, le saco un dineral al constructor ese y lo mató, así, por la cara, lo mató. ¡Lo que hace la cocaína! Luego estaba queriendo hacer lo mismo con el médico, y para apremiarlo le quemó la consulta.
– ¿Sí?
Con todo ese dinero me dijo que se retiraba y que me fuera con él. Habíamos tenido un rollo y yo no quería volver a verlo en una cama. Hice cuentas y era muchísimo dinero. Como era, en el fondo un ingenuo, y supongo que por impresionarme, me lo enseñó… no pude contenerme; improvisé, lo maté con su misma pistola y me llevé el dinero. Pero la policía hizo lo demás. ¡Valiente estado de derecho! Y aquí estoy.