Persuasión

Obra de Gonzalo Llanes

– Este niño nunca nos dio problemas. Pero es demasiado noble, por no decir tonto, que es lo que pensaría cualquier cínico.

– Bueno, pero ha vuelto. Se ha defendido en esas islas y ayer, hablando con él, me pareció recuperado, como si de nuevo tuviera alguna ilusión.

– Sí, es verdad, yo también lo creo. O lo quiero creer, que es casi lo mismo.

Rocío y Antonio, los padres de Ignacio, han ido a recogerlo al aeropuerto y encuentran a su vástago muy delgado, con la piel bronceada y menos cargado de hombros. Parece bastante recuperado, pero Rocío nota un fondo triste que la asusta, pues ve que la gran decepción que embargó a su único hijo no ha desaparecido totalmente.

Disponen de un coche elegante grande, caro. Y se dirigen hacia el centro de la ciudad, al nuevo domicilio.

Tras los besos y cargar el equipaje hubo un momento de silencio que salvó  Antonio preguntando por las incidencias del vuelo y contando un chiste bastante bueno. ¡Que contraste entre padre e hijo! Aquel es extravertido e enérgico, cazador, abogado mercantilista, hombre de éxito y empuje, bastante pagado de sí mismo y bastante pesado, de los que siempre quieren llevar la razón. Ignacio, por el contrario, es un intelectual, un melómano volcado en el estudio de las ciencias humanas y sociales, cuando en realidad debería, para su bien, cultivar alguna disciplina artística, pero aún no lo sabe.

Durante la ausencia del hijo, la familia se mudó a un edificio concebido para gente muy acomodada. Allí viven algunos políticos de la nueva nomenclatura, de los detestados por Ignacio, que detesta la trampa, la corrupción y la ineficacia. Su dormitorio es amplio desde él se divisan monumentos emblemáticos del casco histórico; dispone de estanterías para los libros y reproduce la decoración de su antiguo cuarto. La tarde va convirtiéndose rápidamente en noche, Ignacio relaja la máscara y deja que sus ojos reflejen toda su tristeza.

– Oye mamá, abajo hay una placa de psicopsiquiatra. Seguro que como se entere tía Amelia…

– No creas, ya lo sabe, pero está encantada con su ultimo gurú, un señor mayor que dice que los problemas son normales, que lo importante es darle sentido a la vida.

– ¡Ah! Un logo terapeuta

– Hijo, lo que sabes…pero te interesan demasiadas cosas. Menos mal que me has dicho que terminarás la carrera.

A Rocío le sobran, según ella, 12 kilos. Es una antigua belleza del sur con su pelo teñido de rubio. Una jamona aún deseable y siempre presumida y coqueta. Pero con un sentido común tan aplastante que desconcierta a personas más inteligentes que ella. Está echada en un sofá, y no cesa de, a un tiempo, fumar y disfrutar de una tableta de chocolate negro. Están con la televisión encendida; en la pantalla muestran la fatigosa vida de las hormigas gigantes e Ignacio, en un sillón intercambia mensajes de WhatsApp.

Llega Antonio con prisas y oliendo a colonia Forman. Dice que se ha muerto su amigo Marcelino, “de cáncer, ya sabéis, y que a veces siento que vivir es una putada”.

Padre e hijo estuvieron muy unidos, pero la antigua confianza está muy debilitada, Ignacio es según Rocío, un ser extraño y misterioso” y como el señor, “sus designios son inescrutables”. El joven es lector de Gracián, y observa la máxima de que “el que confía sus secretos a otro hombre se hace esclavo de él”.

– ¿Sabes que tu cuarto da pared con pared con el despacho de ese que tu llamas psicopsiquiatra? Me lo ha dicho la fisgona de Loli, la nueva asistenta, que también le trabaja ahí.

A pesar de ser hombre de letras, Ignacio es un enamorado de la técnica, y ha traído un micrófono estetoscopio, que hace realidad la frase hebrea de que “las paredes oyen”: Con él puede enterarse de lo que se habla en el despacho del Doctor Aguilar, que resulta entretenidísimo y muy aleccionador.

Alterna la lectura de “César o nada”, de Pío Baroja, con la escucha de lo que trata el facultativo con sus pacientes. “Hay gente pa´ to´, constata Ignacio, pero con un nexo común, todos sufren, y depositan ese dolor en el despacho de al lado.

Alguno resulta cómico, otros arrastran problemas casi insolubles, difíciles, y todos los encara Aguilar envolviendo una lógica estricta en empática manera de tratarlos. Es firme, sin embargo, transmite seguridad, y se ve que le gusta ayudar.

Por fin, tras varios días, y reclamado por los amigos, decide salir de noche. Se encontró con Manolo y Javier. Fumaron una goma muy buena y se pusieron al día.

– De modo, dijo Manolo, que ahora el señorito vuelve, porque le sale de los cojones volver, igual que le salió de los huevos irse y dejarnos colgados.

– Mira manolo, no seas bellaco, que eso es lo propio de quien hace reproches a un amigo. No habéis seguido con el proyecto por vagos, no por mi ausencia. He pensado mucho y me he informado, y creo que podremos ganar dinero.

– Dejaros de gaitas, mirad esa gachi, ordena Javier. ¡Me gusta! Recuerda a Aitanita Sánchez Gijón, pero más exuberante, guapa, guapa…

Han bebido mucha cerveza y también cosas más fuertes. La dependienta “del verde” su última singladura ha puesto “The End” la canción larga de los Dors. Cuando termina nos despide amable pero enérgicamente, y se alejan hablando demasiado alto para ser madrugada.

Algunas familias tienen ese amigo médico o ese amigo abogado que tantas papeletas resuelven. “un diente vale más que un diamante, y un amigo más que un diente”. Amigo es el internista Pedro Suarez, brillante, cordial, poseedor de certero ojo clínico. Muy buena persona.

Termina de estudiar el iris de Ignacio y enciende la luz.

– Se nota que eres joven. Te queda un tiempo. Si no te pasas, de buena salud, pero si no te cuidas, serás sin necesidad un maduro achacoso. Bebe solo cerveza y algún vino, no licores ni otros venenos para el hígado. Lo de fumar es un disparate y malísimo para la erección… en fin corpore sano.

– ¿Y la mente? ¿Sana?

– Me dijiste que lo peor que le puede pasar a un paranoico es que lo persigan

– Sí, es una frase de Chesterton. Pero tú no eres un paranoico… te pasa cuando fumas hachís ¿verdad?

– Si

– Eso para ti es veneno. Tú has heredado la constitución de tu padrino, mi amigo Luis, tu tío, del que me acuerdo cada vez que voy a pescar. Tú eres un temperamento creativo, sensible… si fumas eso, terminarás entre psiquiatras o algo peor.

– ¿Loco?

– Si

En realidad, esos días, y el regreso, y todo lo que hace Ignacio está supeditado a un fin superior, a lo único que realmente le importa. Ha contactado con Mónica, quedando con ella.

Un observador habría divisado a Ignacio pedaleando en una bicicleta de alquiler, aparcarla en una plaza céntrica, y caminar hacia la terraza de un bar. Al acercarse a la mesa de una mujer joven que bebe un refresco, sentada junto a un carrito donde duerme un pequeño de aproximadamente un año. Había visto como se besaban levemente los labios.

– Estás algo delgado

– Tú muy guapa

Quedan mirándose y vuelven a besarse. Se toman de las manos. Ignacio hace un gesto con la cabeza y se larga.

– Ignacio parece deprimido, y eso que vino muy bien, dice Antonio.

– Sera por esa chiquilla tan guapa que tuvo el niño. No le digas nada, dejemos que se recupere tranquilo. Últimamente pasa tiempo en su cuarto. Dice que leyendo. Se encierra…

Rocío apaga el cigarrillo, cuenta que telefoneo a Perico Suarez, que supo por este que Ignacio había ido a verle, y recomendaba que le diesen tiempo. Confía tanto en la inteligencia del niño, que está seguro de que él solo encontrará su solución.

Y solo estaba Ignacio en su cuarto, escuchando al doctor Aguilar, cuando detecta a un nuevo paciente, que ese sí, aporta una historia en verdad interesante. Resumidamente consiste en que un economista como Antonio Bailen, asegura que se tiene que controlar para no convencer a la gente; dice que sus dotes de persuasión les permiten apoderarse de la voluntad de casi cualquiera y que eso le preocupa, pues no quiere ser responsable de vidas ajenas.

– Su problema no tiene solución (Doctor Aguilar)

– ¿Qué me dice?  (Antonio Bailen)

– No tiene solución porque no es ningún problema. Sólo se trata, en todo caso, de una cuestión de responsabilidad, de si usted usa adecuadamente ese don, característica o como lo quiera llamar.

– ¿Y cómo cree usted que debería usarlo?

– Por lo que hemos hablado y le voy conociendo es usted “peligrosamente”, peligrosamente entre comillas ¿eh?, honrado, pues apena usa su poder… y de hecho, es una persona bastante aislada, solitaria…en otra época sería un místico o alguien entregado por completo a una causa que lo integrase con plenitud de sentido en la existencia.

– Siempre he buscado una “causa” pero ninguna me ha llenado. Solo soy un economista subempleado. Un contable distinguido en realidad.

– Déjeme pensar en todo esto más a fondo. Creo que voy a sorprenderle con una propuesta insólita.

El orgullo, el rencor, han destrozado muchas vidas. En muchas ocasiones perdonar libera a quien perdona, lo vuelve libre, desbloquea una energía psíquica, atada al agravio recibido, a la ofensa. Ignacio tuvo la lúcida valentía de saber elegir lo importante descartando toda otra consideración. Y ahora puede vérsele sentado con Mónica en el banco de un jardín donde juguetea el pequeño demonio.

En una cena con el amigo, con Perico Suarez y su despampanante esposa, hablaron de la peripecia de Ignacio.

– Si, Perico, el niño volvió bruscamente a Canarias, estuvo un par de meses y volvió (Antonio)

– Volvió y se ha arreglado con su antigua amiga, la que tiene un niño, Mónica; Viven en las afueras, Ignacio trabaja en algo de informática con su amigo Manolo y se ha matriculado otra vez. (Rocío)

Mal de amores tenia pues; y de orgullo, claro. Ha sido valiente.

“Puede que el diablo no exista, pero tú actúa como si anduviera suelto” dice una carta del Tarotín y bien que anda suelta la maldad más atroz. Hubo una rueda de prensa. Una señora mayor de pelo blanco lee un comunicado; “Como demócratas radicales pretendemos desmontar la partidocracia imperante. Los sondeos nos otorgan una minoría de control y nuestro programa…”

Entre las personas que la secundan, en primera fila, muy serio, el persuasivo, el convincente convencedor Antonio Bailén.

Consulta de Psicopsiquiatra. Sentada junto a él una mujer mayor, morena, bronceada, con gafas de cristal verdoso.

– ¿Cómo puedo ayudarla?

La mujer abre su enorme bolso y extrae pistola con silenciador. Un solo tiro en la frente acaba con el doctor.

El convencedor, el persuasor, camina despacio leyendo un folleto de propaganda. De frente viene la mujer que asesinó al psicopsiquiatra que, como esta nublado, porta un paraguas… cuya punta al cruzarse ambos, clava en el tobillo de Antonio Bailen. Este sale de su abstraída lectura, mira a la mujer, se frota la pierna y se desploma inconsciente.

Oficina de Luis y Manolo.

– Luis: te lo cuento: no solo han asesinado al psiquiatra, sino que además, ha muerto el persuasivo en plena calle de un sorprendente infarto. Creo que lo han matado. No sé como pero creo que se lo han cargado. Estaban poniendo en jaque al SISTEMA, y este, cuando se revuelve… ya sabes…

Manolo se pasa el dedo por el cuello y oyen que llaman a la puerta. Una mujer morena, mayor, de gafas verdosas entra en la habitación.