Napoleoncito

Obra de Lanceta

Sin duda aquél tipo era de familia de dinero; llevaba un Omega que le encantó a Ignacio, que decidió quitárselo.
Él, Ignacio, no era ningún guerrero, rehuía las peleas y temía que, si le obligaban, podría buscarse una ruína, por eso no llevaba navaja. Pero ese era un tipo gordezuelo y más bajo que él que –se veía- estaba de turista en los bajos fondos. Decidió quitárselo todo y le dijo a Fuensanta, en un aparte, que iban a emborracharlo. Su plan: mangar, vender el peluco y largarse a la playa. Ya hacía calor.
Fuensanta, que tiene conciencia social izquierdista, ni se cuestionó ese caso práctico de expropiación. Se encaminaron al jardín del cementerio con el pretexto de que tenían allí guardada una arguila, y junto a Ayala y Tián se instalaron debajo del árbol de la suerte.

– Puedes ponerte digno pero el reloj me lo vas a dar ahora mismo o te molemos a leches.

– No tenéis huevos

– ¡Mira el tío, el gordito macho!

Se levantó y cuando quiso coger por el cuello al del Omega, de repente, dejó de respirar. El tonelete le había golpeado en el pescuezo.

Nadie se movió, pero siguieron los compinches pasándose la arguila. El colocón era exagerado y general. Ignacio, auxiliado despreocupadamente por Fuen, se fue recuperando y tuvo que oír:

– Sois unos mantas pero seréis útiles para lo que yo quiero. Tenéis que asustar a mi primo, que está apunto, si no lo ha logrado ya, de romperme mi mejor proyecto, una chavala muy guapa que tiene que ser para mí.

– Vaya con napoleoncito- dijo Fuensanta –Encima quiere tener su tropa propia.

– Os daré unos talegos a cada uno, pro no el reloj, que era de mi abuelo. Haremos más cosas. Sé donde robar fácilmente. Seremos una banda, pero me tenéis que obedecer porque sé más que vosotros.

Enseñó la foto de su primo, dio su dirección y ordenó que lo asustaran y le cortaran la cara.
Ignacio, en nombre de todos, aceptó el trato, pero era orgulloso y, cuando menos lo esperaba el pequeño, lo descalabró limpiamente con la cacharra, con el botijo que hacía de arguila.
Le quitó el reloj, le pateó la cara dos veces y se fueron con la idea de vender el reloj y largarse a Torrolex.