Hay mañanas en que no debería salir de la cama. Presión en la cabeza, malestar difuso, resaca por varios tóxicos, y la malvada depresión que se ha enamorado de mí.
Al fin estuve desayunando en un bar que da un buen café. Telefoneé a Carlitos Murciano. Quedamos en plaza Luchana. Allí me enseño varias joyas de plata afanadas no sé dónde. Me ofreció un porcentaje razonable si se las vendía a un anticuario que debería estar en la cárcel y no sé por qué se le toleran sus manejos. Me conoce y el material que le llevé no lo pagó mal.
A partir de ahí se puso en marcha nuestro plan de extorsión:
– Paco, a mi no me importa pasar el tiempo que sea en la cárcel pero tu tienes más que perder, así que dame 3 veces más por las joyas y agradece que no soy un avaricioso.
El pobre hombre me dio el dinero y me devolvió las joyas. Las escondió mi amigo y esperamos la venganza por medio de los protectores de Paco el anticuario. Pero antes me blindé. Mi novia, bueno ex novia, Mónica, trabajaba en el juzgado y dijo le debían una y usaría ese comodín para que los polis amigos de Paco mirasen a otro lado.
Todo iba bien pero la depre no me dejaba y a más depresión mayores resacas. Cuando me quedé sin dinero fui a la casa de Paco y le exigí una cantidad que me pareció módica.
Quiso el azar que llegaran en ese momento unos hampones. El anticuario superó el miedo que me tiene y pidió que me dieran un escarmiento. Como sabía que me esperaba un muy mal rato, tomé una espada expuesta en la pared y empecé a dar mandobles… y huí.
He salido de la ciudad.
Ahora estoy en un próspero pueblo grande y me he federado en esgrima.