Chaqueta azul

Obra de Almeida

Ya que el autobús no venía y que, como era normal si llueve, no había taxis, empecé a inquietarme, pues llevaba encima una cantidad importante de dinero ajeno y aquél barrio no es de lo mejor.
Además llevaba una chaqueta azul que me daba un aire próspero. Uff… El riesgo me interesa al escribir o al entrarle a una bella pero estar allí plantado en el crepúsculo era como ser un blanco inerte para las escopetas de feria.
Feria y ebriedad, feria y otras drogas…. Conducen a violencia previsible. A estas consideraciones las acompañaban frecuentes vistazos al rigor que, por cierto, me lo podían robar también.
En la parada compartían conmigo esa forma de malgastar el tiempo una pareja de casi ancianos, una madre y su hijo preadolescente, y un tipo taciturno de brazo escayolado.
La impaciencia me subía de los intestinos a los sesos, y decidí que el que estaba fumando sería el último en el próximo rato.
Llegó el autobús. Todos fuimos subiendo y, cuando nos percatamos, ya era tarde. Unos hampones se habían apoderado del vehículo y el conductor yacía atado en el suelo.
El comité de recepción lo presidía una mujer fea y gorda que parecía portuguesa o brasileña. No la distingo bien. Hubo que ir dándoles las pertenencias de valor y, como ya dije, el dinero no era mío, me lo habían confiado, y yo prefiero que me den una coz a defraudar la confianza que pongan en mí.
Tras la llamamémosla portuguesa, dos tipos, uno muy joven con cara de cuervo o de mirlo y otro de mediana edad.
Me lancé en plancha sobre el conductor y el vehículo chocó con el bordillo de la calle, penetró en un jardincillo y allí quedó varado.
Saqué un abre cartas del bolsillo interior de la chaqueta y arremetí contra aquella tropa. Ahora estoy en URGENCIAS y además, me falta el dinero.
Bueno eso ha dicho el jefe, en realidad lo tengo más cerca que mis pies. Delito llama a delito. La locura, es decir, casi todos los casos de arrojo y valor, hay que capitalizarla.