Curiosidad

Obra de Andrés Echeveste

En aquel bar pasaba algo. Me cogía cerca de casa de Teresa y empecé a ir por allí. Pasaba algo, seguro.

Era un negocio tradicional, con sus jubilados… pero había jóvenes musculosos, de gimnasio, algunos rapados y algún señor maduro de aspecto militar; la extrema derecha, claro, a la que yo temía desde mi pasada militancia antifranquista. Amigos y conocidos míos recibieron agresiones, incluidos más de un cadenazo.

Un día yo tomaba café mientras leía un libro escrito por un historiador inglés revisionista, de los que relativizan o niegan el holocausto y estudian de otra manera la última guerra mundial. Se me acercó un tipo mayor, me dijo que ese libro es de gran interés e iniciamos una charla. Afirmó, resumidamente, que el sionismo financiero había sufragado la revolución rusa de 1917.  Y Rusia siguió siendo un continente explotado por las grandes empresas mundiales, osea, que mandaba la Checa.

Se nos acercaron otro tipo maduro y dos jóvenes, uno de ellos con la nariz rota. Pusieron encima de la mesa una foto mía detrás de una pancarta en plena manifestación.

– Deberíamos matarte, Julián, te hemos investigado. O eres confidente de la policía o eres tonto. ¿Por qué vienes por aquí?

– Me viene bien. Tomo café y recojo a mi novia, que vive cerca.

– No. Lo que pasa es que eres un curioso, que te atrae el peligro. Bien, nosotros somos ese peligro.

Me dirigieron los cuatro miradas más amenazadoras que las de un mastín furioso. Y otro me dijo:

– Te hemos estudiado tan a fondo, que hasta tenemos tu ficha médica. Eres un pringado, pero si quieres, puedes dejar de serlo trabajando con nosotros. Eso o lo peor para ti…y tu familia.

Tuve que rendirme con la condición (que ellos no cuestionaron) de que no iba a participar en actos violentos. Yo estaba parado y, como soy contable, empecé a llevar los libros del bar y de dos pequeñas empresas más.

Hago mi trabajo, y desde luego, me siento vigilado. No sé qué esperan de mí, la verdad. He participado en un seminario sobre la naturaleza del comunismo y su expansión, y me han ido cambiando poco a poco, la forma de pensar.

Sigo con el periódico Informaciones, y El País lo repaso cuando lo tengo a mano. Un día, al ojearlo, me encuentro con que se ha producido una redada, que hay cerca de veinte detenidos, y que han clausurado entre otros, el Bar Polichinela.

La hostia, vendrían a por mí. Ese mismo día, me pararon en la calle dos tipos que me mostraron sus placas, y me condujeron al zoológico que está cerca de casa. Nos paramos delante de las jirafas. Recuerdo que los pobres animales asentían, como yo, moviendo el cuello.

Me quedó claro que tenían algún topo en el interior del grupúsculo, que me habían analizado a fondo y lo sabían casi todo de mí. Me ofrecieron trabajar para ellos con un buen sueldo, podían obligarme si querían, dijeron, pero el comisario Guerra, que fue íntimo de mi padre, había dicho que me respetaran, que yo era intocable, de modo que volví a una vida más normal y me confirmo esta historia, que a este país lo marca lo que dos sociólogos americanos llamaron ESTRUCTURA DE LA AMISTAD. Dependemos de las recomendaciones, de los enchufes, y a mí, por esta vez, me parece muy bien.