– No te tengo simpatía, Carmona; te has pasado siempre de listo. Puedes perder tu licencia y no podrás creerte Humphrey Bogart, aunque en realidad hasta el mismo Torrente es mejor detective privado que tú.
¡Mira que allanar la morada de esos sectarios! ¿Para qué? ¿Qué esperabas encontrar? A esa jovencita que querías rescatar ya se la han llevado, quizás a Francia, y en parte por tu culpa, que has levantado la liebre.
La esclavitud sigue existiendo. La hay en la península arábiga, en África, en la trata de blancas, pero también en Europa en el interior de las sectas, y eso se combate con información y jueces, no con un James Bond de plástico como tú.
Y además el machaca del jefe, el chino, te ha dado la mayor paliza de tu vida. No vales ni para patear unos cojones, Carmona.
Esa gente da clases de yoga, de M.T., de flores de Bach, de onirismo creativo que es una especialidad exclusiva de ellos; utilizan todos los reclamos de la Nueva Era, el canto no se qué…
Parece que rinden culto a Satán y no están pirados. Ellos siguen y tú en este hospital. ¿Por qué has sido tan torpe?
– Porque me enamoré de ella.
– Eres un estúpido paladín. El típico tonto con iniciativa. ¡Qué peligro!
– Sí, pero yo la quiero y la rescataré.
La luz iba huyendo hacia el oeste, su querencia diaria. Habían terminado las visitas en el hospital. El inspector tuvo un momento de “humanidad”.
—-Dices que lo has hecho por amor, solo por eso te respeto. Eres un tío. Te cubriremos y vendrán tiempos mejores pero, a cambio, explícame que pasó de verdad en el caso Verdiales. ¿Cómo fue…?