Saltó hacía un lado y el coche que venía contramano no pudo atropellarlo. El corazón le latía con fuerza, pero decidió no construir una historia con ese suceso. No imaginar lo peor, que no sería otra cosa sino que quisieran quitarlo de en medio. Aunque también es verdad que la semana anterior tuvo que correr de madrugada perseguido por dos tipos armados con cadenas con quienes no había intercambiado palabra.
En fin, ya puestos, y reflexionando, quieren, parece, matarlo de manera que no parezca asesinato.
¿Y por qué?
Se ocultó en casa de un gran amigo con el que, desde hacía tiempo, no se trataba. Acudió a un miembro retirado de la policía con el que había jugado mucho a la ajedrez, y éste, con cachondeo implícito, quiso “desacomplejarlo”. No tenía abogado, ni familiares poderosos, ni dinero, era delineante, cobraba el paro y lo querían matar. Lo querían matar y no sabía quien. Mandó a su amigo a su casa con la llave del buzón y, vaya por Dios, allí la carta de una notaría citándole para conocer un testamento con cláusulas a su favor.
– No se puede ser bueno ¿Cómo convenzo a quien sea de que no quiero heredar? La notaría estará vigilada y seré interceptado. El notario, además no sé si está con ELLOS.
El testador era su amigo el anciano Domínguez González, con el que también jugaba al ajedrez en el parque de la Resolana. Le hizo varios favores, y el anciano lo avisó de que le darían una sorpresa de su parte dentro de poco. D. Domingo dejó de ir al parque. Lo imaginable era que se lo había llevado la muerte, la misma a la que querían arrojarlo esos enemigos que no conocía.
Consiguió una pistola y algunas balas. Modificó su aspecto. Empezó a investigar. Afrontó la situación y acudió a la notaria. ¡Vaya! D. Domingo le había dejado un ajedrez de cobre y otro de marfil ¡ Y por eso no se mata a nadie! Había estado errado todo el tiempo. Llamó a su amante. Quería verla de nuevo. Al lugar de la cita acudió Otelo con un puño americano y un bastón. Hubo que reventarle la cabeza con dos balas.