Estoicos

Al salir del concierto se cruzó con unos tíos sospechosos que le pidieron fuego, como tenía cierta experiencia, hizo oídos sordos y siguió su camino.

Aquellos sociópatas lo insultaron sin seguirlo, y Andrés se quedó con la cara del más gallito, que llevaba unos pendientes especialmente grandes.

Días después ese mismo señor, en una calle muy concurrida le pidió un cigarro. No solo se lo dio, sino que lo invito a una caña y le recordó el lance del día del concierto. El tipo no sabía bien como excusarse.

– Me hacía falta

– ¿Para una plata?

– Sí. Así llevo desde los catorce años.

– ¿Quieres ir a casa de un sabio que puede ayudarte?

– ¿Un sabio?

– Sí. Se llama Carlos y sabe muchísimo de ciencia. Es capaz, si pones de tu parte, de librarte del enganche.

El tipo desconfiaba, y salió del paso con la excusa de que tenía que volver a su casa, que mejor otro día.

Pasó la primavera  y llego un calor apabullante. Vio a Eze (Ezequiel) sentado en la calle con un cartel en el que había esta frase: TENGO DOS HIJOS. ESTOY SIN TRABAJO. UNA AYUDA POR FAVOR.

Estaba más delgado, tenía verdaderamente mal aspecto. Andrés le hecho tres euros en la gorra dispuesta para recibir las limosnas, y siguió andando. Un minuto después Eze lo abordo.

– ¡Qué prisa llevas!

– No, es que me han dicho que camine, y que lo haga con alguna rapidez.

– Me hablaste de uno que podía ayudarme

– ¿Quieres verlo?

– Bueno…

Quedaron para el día siguiente en un barrio semi marginal. Entraron en un zaguán con cancela.

– Carlos!

Apareció un viejo con cara incalificable. Parecía un reflexivo cuando estaba en silencio, y alguien autoritario cuando se escuchaba su voz. Llevaba un pantalón corto, sus tobillos estaban llenos de mataduras e iba descalzo.

– Muy buenas Don Andrés Ortega, el único amigo que nunca me ha pedido nada

– Anda ya Carlos, mira este es Ezequiel, que tiene que hablar contigo

– Vamos a sentarnos aquí abajo en el patio, que pena no tener una fuentecilla que refresque y de su música.

– Os dejo. A ver si llegáis a algo. Adiós señores.

De momento Carlos enseñó a relajarse a ese hijo del lumpen del proletariado, que había caído en desgracia en su barriada y dormía, en el centro, en el hueco de una fachada sobre cartones amarillentos.

Le dio unas hierbas. Le enseñó a pensar antes de hacer, y poquito a poco a ir fortaleciendo su voluntad. También lo invitaba a comer en una casa de comidas cercanas que ofrece almuerzos pasables y baratos.

Hay una muy buena película, o al menos así me lo pareció cuando la vi: El trepa, con Jane Birkin, Jean Louis Tritignan y Romi Sneader. Casi todas las pelis cuando vuelvo a verlas me gustan menos, y es que era sorpresa, lo desconocido, hacen la vida más interesante.

El Trepa muestra un caso de ascenso social y superación personal. Trata de un empleado de banca, tímido y con cara de amargado que no es precisamente un triunfador. Tiene un amigo intelectual que lo dirige en el fortalecimiento de la voluntad y  en el atrevimiento, y el maquiavelismo.

La película lo explica muy bien, y Eze asimiló que se puede mejorar la vida y salir del pantano.

Estuve un tiempo en Barcelona. Cuando volví Ezequiel era otro. Llevaba un Lacoste, botas pasables (ese día llovió)…Había aprendido a sonreír, me pidió que fuéramos a ver a su maestro, así lo llamaba, a Carlos que nos recibió en su estudio lleno de libros y cuadros firmados de amigos suyos.

– Anda Ezequiel, cuéntale lo que has hecho estos meses.

– Me costó dejar el Jaco, pero a poco fui dejándolo y con el dinero que fui sacando en la calle me metí en una pensión. Me fui educando un poco con Carlos, buen maestro…Y ahora soy más fuerte.

– ¿De qué vives? – Quiso saber Andrés.

– Algunos días me pongo otra ropa y sigo pidiendo. Los otros, trabajo en Acnur, saco muy poco pero voy tirando. Quiero ahorrar.

– ¿Para hacer qué?

– No sé. Un kiosco, algo…

Algo después, cuando me di cuenta, me habían detenido y estaba en comisaria. Carlos estaba allí sentado y parecía tranquilo.

Vino un jefe y nos contó que Eze ahora traficaba, seguía traficando, él lo conocía y de momento hacia la vista gorda.

– Quiero saber quiénes son ustedes. ¿Qué sois? ¿Por qué os habéis molestado en educar a un pobre indeseable?

Carlos le respondió contándole la verdad. Aquello era un tercer grado.

– Verá, yo fui profesor de instituto, cuando me quedé viudo pasé una crisis, y he salido de ella ayudando a la gente. Usted descubrirá que he organizado un grupo que me secunda, somos estoicos.

– ¿Cómo Seneca?

– Sí, señor policía, como Epicteto y Marco Aurelio.

– Sabemos que ayuda a más gente .¿ Por qué no pide una subvención?

– Recuerde que el Galileo enseño que lo que haga tu mano derecha no lo sepa tu mano izquierda. No creo en el Estado, pero es un mal necesario.

El policía lo miro largamente, saco la cartera y le entregó cincuenta euros.