Soy un ornitólogo aficionado. Salgo al campo con prismáticos… contravengo el principio de no privar de libertad a los pobres pájaros, y dispongo en casa de un ruiseñor, canarios y otros muchos que montan verdadera algarabía que molesta a mi vecina; y su marido, un tipo mal encarado no dice nada pero no me gusta como me mira.
Al regresar una noche a casa las jaulas estaban vacías cogí la botella de whisky que guardo en la nevera ¡No pierdo el tiempo con los hielos!. Me fumé un petardo gordísimo y tuve un sueño inquieto que me sirvió de poco.
¿ Qué hacer? ¿ Cómo investigar?. Se lo conté al joven David, el campeón de los ornitólogos locales que desaprobaba mi manía de encarcelar aves.
Es un gran analítico y, sin afirmarlo abiertamente, encaminó mi furia hacia mis vecinos. Me convencí. Aquello se convirtió en una monomanía. Y todo mi afán era vengarme.
Empecé a hacerles putadas casi inocentes pero muy molestas y hasta clavosas. No soy sádico pero empecé a regodearme con ese gamberrismo de vecindario.
Conocí a Laura, que había sido muy amiga de David. Y me explicó que éste es un liante que disfruta estropeando la vida de los demás.
Me caí del caballo pero no perdí la visión, al contrario me entró la idea de que debía vengarme. Vengarme por mi y por todas las victimas del taimado David.
Podía pegarle. Robarle. Utilizar el fuego, incluso matarlo.
Pero, me dije, su pasión son los pájaros, y tiene algunos en su casa a los que cuida para que se recuperen de diversos males.
Fui a verlo de modo inocente. Lo até. Maté todos los pájaros… “Búscame si tienes huevos, eso si puedes después de lo que voy a hacerte”.
Fauna