Ella es muy bonita en todos los sentidos y admira extraordinariamente a los músicos más o menos malditos. Empezamos a salir; ella tenía un marido pero hacía su vida, y yo cada vez más cautivo de un amor que fue creciendo como el hongo de una bomba atómica. Solíamos salir por sitios apartados, ella venía a mi casa a veces, y yo la deseaba cada minuto del día.
Todos tenemos un amigo, alguien que nos supera, en mi caso, Rogelio, el mejor guitarrista que conozco, que además tiene buena voz y escribe letras casi tan buenas como las mías. Aún así, todo quedaría en tablas, pero, además, es guapo, y más joven, y más fuerte. Eso era demasiado para mí, de modo que, cuando me dijo que me había visto con M, que le gustaría conocerla, firmó su propia condena. Me lo he cargado achicharrándolo con el voltaje de su propia guitarra. Siempre seré el primero de la clase de electricidad. Siempre seré un envidioso, pero ¿Quién puede fardar de haber cometido el crimen perfecto?