La mediática

Marcar a alguien es mirarlo insistentemente con mayor o menor disimulo. Yo lo hice con una mujer excepcionalmente atractiva. En un restaurante. Ocupaba ella, con un tipo achicharrado por tanta belleza, una mesa vecina. Aquel es un sitio caro al que me llevan de invitado muy de tarde en tarde. Allí me siento el último mono pues, aunque tengo un modesto pasar, soy un incapaz mantenido por su familia, un inútil entre la fauna de aparentes triunfadores que pueblan ese sitio de lujo, con sus protocolos, ritos y claves que para mí resultan un verdadero arcano.
He llegado por fin a casi no amargarme por lo mediocre de la situación social que ocupo; por –reconozcámoslo- mi insignificancia en círculos de gente adinerada. O así me siento yo. Y no es que mis anfitriones me traten con condescendencia o desapego, no. Sino que…
En fin, allí estaba fuera de mis territorios y marqué con discreción y poca insistencia a aquella mujer indiscutiblemente cara. Como tengo cierta edad no me precipité a ilusionarme pero considero un hecho que mis escasas miradas fueron recibidas e incluso atendidas con expectación, incitadoras de un sobreactuar por parte de la bella. Esa era mi impresión. Ahora bien, ¿qué significa? Es muy normal que mujeres de perfil histriónico –por no decir histérico- vivan en permanente fagotización de la atención ajena, pendientes siempre del efecto que originan, de la confirmación de su poder seductivo. Es un poco el síndrome de la celebridad, que espera ser observada y está pendiente de ello aunque pretenda reflejar aplomada indiferencia. Y es claro que tanta belleza, el cumplir de tal manera con los cánones más exigentes hacia de aquella mujer, más que una celebridad, una auténtica estrella.
La cena discurría entre bocados exquisitos y un vino muy bueno. Yo no era, claro, el único oteador. A las mujeres también les atraen las muy guapas, aunque solo sea para envidiarlas críticamente. Como aquella pareja, o al menos ella, era fumadora, salían a cada rato del recinto a pegarse unas caladas. Y entonces se veía un conjunto de cadera –cintura- pierna más que cualificado para destacar en pasarela. El rostro no era tan espectacular, pero tiene carácter, el de una mujer –imagino- que busca…
Se marcharon ellos primero, y en nuestra mesa no habían faltado los comentarios, sobre todo en relación a la actitud rendida y obsequiosa del tío, que parecía que nunca se hubiese visto en otra.
Ella, además, parecía tratar temas elevados. Como si quisiera completar su poder carnal con una autoridad intelectual que la consagre. Y a fe mía que está consagrada, casi tanto como ya saben ustedes qué.

II

¿Se han percatado de que últimamente la mediática asocia café y adelgazamiento? La relación queda enfatizada desde diferentes enfoques, pero la moraleja es siempre que un café (cafeinado o no, con leche o con agua) tiene tal poder saciante que, recurriendo a él, se pierden kilos.
Cómodamente, económicamente, y casi sin pasar hambre.
Cuando la crisis estaba en su más sádico esplendor los abogados, muchos de ellos, disponían forzosamente de tiempo libre. Pleitear es caro, ya se sabe. Yo visité a uno de esos profesionales al que conozco desde siempre y veo muy poco, casi somos amigos y nos gusta conversar; le planteé el problema de poder cobrar al organismo que defiende los intereses cafeteriles a cambio de una buena idea, la de relacionar café y adelgazamiento…
Hace poco me ha entregado unos miles de euros y dice que habrá más. Estoy a su merced, me da algo de lo que está sacando con mi idea y su habilidad negociadora. Yo había olvidado aquello y ni soy dentista equino ni me improvisaré como tal. De modo que dispongo de unos fondos extra que me han complicado la vida.

III

No soy de putas, no así F. J que, a la madurez, descubrió el sexo mercenario y anda obsesionado con poseer al mayor número de profesionales posible. Puede llegar a arruinarse este hombre sistemático que clasifica y califica a sus “conquistas” con la minuciosidad de los entomólogos. Insistió un día en que lo acompañase a un hotel donde se comercia con esa carne venal y tomamos copas con una morita muy guapa y una sudamericana explosiva, una brasileña. Estando allí vi pasar camino del ascensor a la supermujer del restaurante y mi amigo se lamentó de que no podía pagarla, de que era la scort más cara de la ciudad, y me explicó cómo dar con ella.

IV

No soy de putas, y estuve charlando con Emma hasta que el instinto, en parte a mi pesar, me venció. Pasé la mañana en casa de esa cortesana que vende sus atributos físicos junto a una muy ilustrada conversación llena de ocurrencias. Su encanto, natural y adquirido a un tiempo, la hace infinitamente deseable. Es una joya humana, como diría Curro.
En nuestro tercer encuentro, mientras me transportaba al éxtasis con una sabiduría que atribuyen también a una famosísima del papel cuché… Apareció el desagraciado con el que la vi en el restaurante. Aquel bastardo, en su delirio erotónamo, exigía una exclusividad que impuso a tiros. Si quieren más información la encontraran en la jodida mediática.