Hasta pasados los 25 fui un tipo muy ético, noble, previsible y honrado. Sufrí una gravísima decepción, me engañaron cruelmente y yo cambié.
Lo primero que hice fue vengarme abandoné mi trabajo de investigación y no volví a leer ni a pensar en la Desamortización de Mendizábal, sobre la que, por cierto, tengo una versión distinta a la oficial.
La tal venganza me ha dado dinero para unos años, pero quiero más. He sustraído documentación antigua del archivo provincial de acuerdo con un prenda que trabaja allí, y la vendo a investigadores extranjeros con tan pocos escrúpulos como yo.
Mi vida está torcida. Me prohíbo tener hijos. Mis amores son rollos de primavera, de otoño, de verano y de invierno, pero no me implico con nada ni con nadie. Con mis familiares no me llevo, fiscalmente no existo, y voy casi todos los días al cine… En fin, una vida egoísta, auto centrada, de desconfianza y recelo. Creo que, en realidad me he vuelto loco, porque veo a mi alrededor, a veces, verdaderas conspiraciones de gente maligna. Cuando pequeño mi héroe preferido era kung-fu, pero en el fondo admiraba más al detective Felton. Leo tanto de maneras de hacer el mal que puedo, por ejemplo, provocar un incendio sin dejar rastro. A la gente que no me gustaba, básicamente por su prepotencia, le quemé propiedades desde automóviles a domicilios. También, ahora que me acuerdo asesiné a un político desaprensivo que enrocado en la administración, hacía daño. Poco a poco me he convertido en justiciero y ahora resulta que me quieren contratar para que sea un mercenario. En la ciudad hay, desde antiguo, gente organizada que conoce casi todo lo que ocurre. A mí me han pedido, exigido en realidad, que mate al presidente del club de fútbol local, y no sé si hacerlo.
Estoy entre la bala y la esclavitud, y no tengo manera de consultarlo con nadie.
Mendizabal