Otoño

Obra de Lucas

En aquella calle del centro antiguo de una ciudad mediterránea hay más de una pensión, y allí recaló Roberto, estudiante de medicina llegado a España desde Estados Unidos, pues aquí es incomparablemente menos costoso cursar carrera universitaria.
Por motivos que no vienen al caso coincidí en esa pensión con Roberto.
Allí, además de los huéspedes, vivían dos hijos jóvenes de la dueña y un negro silencioso de ojos inyectados en sangre que la consolaba: era una jamona de muy buen ver, con un sexy doméstico subido.
Estábamos a principios de Octubre y permanecí allí menos de una semana, tiempo suficiente para coger alguna confianza con aquel entusiasta medio indio, que me hablaba de medicina y yo lo interrogaba sobre América.
Por motivos que tampoco vienen al caso regresé en Diciembre y el panorama había cambiado. Roberto se había convertido en el gallo de aquel corral, convivía abiertamente con Dolores, la patrona, y una noche que se le calentó la boca se emborrachó conmigo.

– Mira Jorge, mi papá es colombiano y tiene conexiones en España. Cuando el negro me quiso joder hablé con mi papá y todo se arregló.

– ¿Actuaron los sicarios?

– ¿Cómo lo sabes?

– No, yo no lo sabía. Solo lo he imaginado.

– Lo sabías, tu sabes algo, hijo de mala madre. Me estás espiando ¿trabajas para los Remigio, cabrón?

Me separé algo de él, que me miraba feroz y aterrado a un tiempo, preso de una paranoia quizá producida por un hachís muy fuerte del que yo disponía entonces.
Pensé muy rápido. Si ese cabrón, que tenía mis datos del DNI se empeñaba, podía hacerme lo que al negro, y además me había insultado el desgraciado. La pensión era un quinto piso.