Pañuelo azul

Obra de Andrés Echeveste

Hay mendigas rumanas que parecen salidas de alguna aldea transilvana tributaria del conde Drácula. Una de ellas vió como asesiné a un macarra que vendía cocaína a un amigo enloquecido que se está matando con ella. La mendiga intentó escabullirse; di unas zancadas, la cogí por esa cabeza cubierta por un pañuelo azul, y la degollé.
Lo anterior es el comienzo de un relato que inicié, sin convicción, una mañana de resaca. En la red hay maravillosos héroes del blues, yo me solazaba con Luther Allison, B. B. King, Etta James, Albert King… Estaba feliz, feliz de verdad, con los oídos masajeados por esas guitarras que parecen sintonizar de igual a igual con nuestras células grises. Yo paseo en esa habitación cerrada cobrando vida.
Abrí al azar a Pascal y encontré que “el tiempo cura los dolores y las disputas porque se cambia, ya no se es la misma persona”. Esa obviedad tan bien escrita, que en francés sonará maravillosamente es un favor que recibo de un genio que sufrió mucho hace más de tres siglos, tres. Me ha dicho ella que está “desolada” y que no quiere hablar, que me lo contará cuando se recupere. Por las mañanas le pongo algún mensaje, y también la telefoneo, y no obtengo ningún tipo de respuesta.
No me decido a hacer el viaje y presentarme en su casa, no, al menos por ahora. Y, mientras, estoy en esta cápsula que navega en el tiempo, en esta casa musicada. Guitarras eléctricas, punteos angélico-demoníacos. Y por las noches, cerveza en reuniones a veces muy divertidas.

Estuvimos paseando ella y yo bajo los álamos que ennoblecen uno de los grandes jardines de su ciudad. Y allí me lo pidió. Quiere que la ayude a morir porque su cáncer es doloroso y nada estético. No debí acudir a verla, ni pasear con ella bajo esos álamos añosos.