Mi familia es de clase acomodada, todo ha ido aceptablemente bien, y yo estoy, de momento por encima de toda sospecha, y eso me conviene, ya lo creo porque soy discípulo de Pepín.
Siempre he pensado más de lo que me correspondía, y sobretodo soy muy observador, el amigo del alma de mi padre es Pepín, un señor bajito y forzudo, renegrido, que aparentemente vivía de subvenciones. A Pepín lo recuerdo de siempre, y desde pequeño me fue enseñando cosas útiles, útiles para andar más seguro por la vida y menos amamonado, que es como suelen estar los de mi clase social.
Un día descubrí quien es realmente Pepín, Pepín es un delincuente solitario, un robador… yo estoy desde hace tiempo leyendo mucha novela negra, y me planteé el caso de ese gran amigo de la familia, decidí investigarlo. Vive en un piso de protección oficial, pequeño y modesto, que fue de su madre. Fui un día a verlo y el hombre se había descuidado: en la ducha topé con un maletín lleno de joyas. Llegamos a un acuerdo: Cada uno actuaría por su cuenta, y él me iba a enseñar. Y es que soy oveja negra…
Así las cosas, fui dando golpes, primero modestos y, luego, cada vez más ambiciosos. A través de Pepín conseguí una pistola llena de balas.
Era el cumpleaños de mi madre, Pepín estaba allí y lo pasamos muy bien. Esa misma noche lo acompañé a su casa y discutimos. Empezaron los empujones y los insultos, porque, tontamente, quería forzarlo a atracar, conmigo, un negocio con buena tesorería y solo dos empleados. Ya digo, empujones, insultos, y una patada en los huevos que nunca perdonare al viejo Pepín.
Lo he denunciado anónimamente. Está preso y una vez al mes le llevo tabaco.