Temprano

Obra de Andrés Echeveste

Tuve un tiempo roto el coche, la avería se complicó y tuve que coger el autobús mañanero una temporada. Fui identificando a muchos de los que subían a mi misma hora en el servicio público y, como mi mente necesita entretenerse, hice una especie de inventario con todas aquellas personas.
Hoy les hablaré de un jovencito apenas salido de la pubertad que hacía dos cosas con la mayor habilidad y absoluta sangre fría: colarse y ponerle rabos a las mujeres más apetitosas. Su táctica era siempre la misma: mirar muy fijo, sin pestañear, pareciendo estar ausente, a menudo mirando por la ventana. Vestía bien, como un adulto, y resultaba algo inquietante.
En aquél tiempo los autobuses tenían un cobrador atrás, junto a la plataforma de la puerta de acceso. El tipo, o el niño se podría decir, se quedaba allí, miraba muy fijo al cobrador que, supongo, se acostumbraba a él y, con el mayor de los aplomos, cuando le parecía, pasaba por delante de aquél sin ningún problema.
Para los rabos, para satisfacer su parafilia (lo que los franceses llaman frotteurisme), seguía la misma técnica, y a alguna mujer, como a una enfermera voluptuosa, parecía encantarle que el jovencito acercara su cintura a su culo. Pensé que tanto descaro y poca vergüenza recibirían su merecido, y que el chaval conocería la vergüenza que tanto le faltaba. Pero no, nunca le pasó nada. Llegué incluso, después de recuperar mi coche, a coger el autobús solo para admirar aquel artista. Y de ese espectáculo surgió mi mejor idea, con ella me he hecho rico, pero no pienso contarla, todavía no.